El Centro Cultural García Márquez es un ícono inmerso en el centro de Bogotá. La sinuosidad de sus formas y el diálogo que entabla entre el tiempo y el lugar se percibe desde múltiples escalas. Producto de la iniciativa por parte del Fondo de Cultura Económica de México en 2004 en la contribución cultural por parte de la editorial para Colombia, el proyecto contó con el liderazgo de Rogelio Salmona, quien infortunadamente no tuvo la posibilidad de verlo terminado en 2008 debido a su fallecimiento en octubre del año anterior.
Nombrado en honor al Premio Nobel de Literatura 1982 y fiel representante del realismo mágico, el proyecto se ubica en el barrio La Candelaria de la capital colombiana, a una cuadra de la Plaza de Bolívar hacia el costado oriental; localización estratégica que logra tejer una red cultural junto a varios edificios vecinos como la Biblioteca Luís Ángel Arango, el Museo del Banco de la República, 29 entidades universitarias, 24 planteles educativos, 7 bibliotecas y un complejo de museos y colectividades culturales que acogen a 8.000 usuarios al día aproximadamente, según el propio FCE.
Durante el periodo colonial este predio fue destinado al Claustro de la Enseñanza y posteriormente, en el periodo republicano, pasaría a ser del Palacio de Justicia. Tras los disturbios del 9 de abril de 1948, hecho conocido como “El Bogotazo”, el edificio fue destruido en su totalidad y poco antes de ser designado para el Centro Cultural, funcionaba allí uno de los muchos parqueaderos (estacionamientos) que empezaron a tomarse el centro de la ciudad a fines del siglo XX. Actualmente cuenta con 30 metros de fachada occidental y una profundidad de 80 metros sobre la Calle 11 cuya pendiente del 10% fue determinante en la formulación de los accesos peatonales del proyecto. Cuenta con un área total de 3.200 metros cuadrados sobre los que se incrusta un área construida de 9.500 metros cuadrados.
Detrás del protagonismo del vacío sobre lo construido, la resolución programática del edificio adquiere un interesante mimetismo dado por el juego de niveles e imperceptibles volúmenes que son interceptados por la ondulante circulación. Esta configuración permite la ruptura de estancias y recintos que de manera tangencial o incisiva admite varias alternativas para ser recorrido. Entre el programa inicial se encuentra la galería de arte, que durante la inauguración del edificio abrió con la exposición ¨Mi Gabo del alma¨ en honor al Premio Nobel colombiano; una librería que alberga más de 80.000 libros, un auditorio para 324 personas y otro infantil, una sala alterna, dos aulas para 35 personas, un almacén de discos, un restaurante y un café.
La importancia del edificio para el sector no sólo parte de las actividades que se desarrollan allí, sino de la contribución que hizo al espacio público como una extensión de las reducidas veredas con las que cuenta este barrio. Como parte del juego de estos recorridos, el edificio absorbe los flujos peatonales de la calle y los introduce levemente. Además, formula una multiplicidad de recorridos, donde la conectividad de las estancias prolonga el tiempo en la experiencia del edificio, otorgando una diversidad de opciones para el reconocimiento mismo de la obra. Las relaciones propiciadas por la evidente permeabilidad del edificio, generan relaciones visuales desde la escala de la manzana con el sector, mientras que a nivel del perfil vial consigue desvirtuar cualquier límite e invita a acceder.
Desde cualquier punto del proyecto, el juego de recintos y la desintegración de las fachadas como espacios intersticiales, permiten la contemplación de elementos naturales como el cielo y los cerros; del tradicional trazado damero que consolidó a Santa Fe de Bogotá, tal como fue bautizada la capital colombiana, como casco urbano en la colonia y la variedad de estilos arquitectónicos impresos en las fachadas inmediatas que logra capturar hacia el interior de la obra.
Sobre la carrera sexta y respondiendo al trazado se alza el único volumen realmente definido. De acuerdo al tránsito vehicular se abre el acceso al parqueadero, elevándose sobre el nivel de la calle y dilatándose del edificio inmediato. También resuelve uno de los accesos peatonales de norte a sur, pasando por la cafetería e introduciendo al usuario a la galería temporal.
La esencia del proyecto reside en la consolidación del tiempo como un elemento más de construcción, donde los recorridos, la vivencia pausada y los referentes históricos que introduce a la composición arquitectónica, se conjugan con el empleo de rampas, pabellones y plataformas estratificadas que hacen una referencia constante al templo griego en la obra de Salmona. Tal como explica Claudia Arcila en ¨Salmona y la poética del espacio¨:
“El templo griego, supuesta morada de los dioses era, con la mirada, la plenitud vibrante del paisaje; su grandeza consistía en permitir la contemplación del lugar y de todos los lugares, en una suerte de visión simultánea. De modo que la función del templo, el alcance esencial de su arte era la revelación del lugar¨ Salmona (Arcila, 2007: 144)
La incesante búsqueda del arquitecto por revelar el lugar mediante la orientación del individuo, parte del juego volumétrico en esta composición física particular, ya que se encarga de demarcar el espacio con que, desde la simplicidad, desmaterializa el proyecto para que se funda en el contexto por medio de una simultánea visualización del interior y el exterior.
Por tal motivo el Centro Cultural García Márquez descubre la forma de La Candelaria a través de un espacio abierto delimitado con la mínima cantidad de elementos, donde el proyecto arquitectónico, útil hasta ahora para dotar de orden al territorio, queda como vestigio de lo que alguna vez fue un volumen compacto” Carlos Figueredo (2013: 209)
Así, por medio de la sucesión de planos horizontales, Salmona trae una y otra vez la plataforma estratificada como elemento arquitectónico consiguiendo desleír la caja construida para abrirse a la contemplación y reconocimiento del territorio, capturando las pulsaciones del paisaje urbano y natural. De esta manera el proyecto y el individuo logran identificarse con el sitio, mediante la arquitectura colonial, republicana y moderna que permite enfrentarlo con su memoria y la de la ciudad. Concepto que denominó “resonancia” e hiló desde la gestación del edificio las intenciones en la volumetría y las memorias de más de 472 años de historia bogotana.
En cuanto a la materialidad del Centro Cultural, la armoniosa combinación entre el concreto armado, en tonos arena y el ladrillo Santafé con dimensiones de 6cm x 12cm x 24cm para su uso en los pisos, adquiere otro modelado en cerramientos interiores, celosías, zócalos, muros dobles y jambas. Hace parte de esa mímesis que se da con los tonos predominantes de su entorno. Al interior las terminaciones son en vidrio y madera y en el exterior la experiencia es acompañada por la presencia de espejos de agua, circuitos de canales bordeando los recintos y una frondosa vegetación que descuelga desde la terraza y empieza a esconder las placas de los pabellones.
En cuanto al sistema constructivo contó con una cimentación de zapatas aisladas, combinadas con trabes de amarre, muros de contención en sótanos de entre 3 y 7 metros de altura. La estructura en concreto reforzado aporticada sobre columnas circulares fue complementada con acero; losas aéreas aligeradas con casetones o bloques de poliestireno expandido de baja densidad. La losa de la cubierta del auditorio es una plazoleta pública circular de 17 metros de diámetro entre apoyos, la cual fue resuelta mediante un sistema combinado de perfiles metálicos de alma llena, lámina de acero y concreto reforzado, explicó Asoconcreto de Colombia.
El Centro Cultural García Márquez, última obra construida de Rogelio Salmona, incorpora elementos presentes en sus anteriores proyectos a las adaptaciones de la arquitectura clásica con total concordancia. La experiencia del usuario se vuelve entonces una errancia pausada y contemplativa en el que la resonancia emitida por los vacíos logran rescatar el lugar para él. En palabras del arquitecto, “Le corresponde a la arquitectura proponer espacios que permitan al tiempo su transcurrir. Es una forma ética de contrarrestar, de oponerse a esa noción absurda pero tan arraigada en nuestra época de que el tiempo se pierde. Por eso la arquitectura es también memoria, pues establece de manera inequívoca esa unidad íntima entre el individuo, el espacio y su tiempo¨ (Arcila, 2007: 152)
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Arquitectos: Rogelio Salmona
- Área: 9440 m²
- Año: 2008
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Fotografías:Alejandro Ojeda
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Proveedores: Argos